sábado, 12 de julio de 2014

domingo, 6 de julio de 2014

Frieda y K.


El clima desolado que se siente desde la primera página de El Castillo de Kafka no hace más que empeorar conforme la novela avanza, cada día más gris que el anterior. Pero no se diga que es una novela sobre la desolación. El Castillo es una novela de amor. El desamparo, el absurdo, el totalitarismo, la exclusión social, la insignificancia del individuo son temas secundarios. Lo fundamental es la historia de Frieda y K., una historia de amor que, como tantas otras, se complica y termina convertida en una historia de fantasmas. Es el segundo día de K. en el pueblo donde el Castillo le ha ofrecido un trabajo. El agrimensor llega a una posada donde conoce a Frieda, una criada que le sirve cerveza. Habla con ella y descubre que es la amante del señor Klamm, "autoridad del Castillo", hombre misterioso a quien todos temen pero casi nadie conoce. Después de charlar un poco, K. le dice a Frieda, audaz o intempestivamente, que podría asegurarse la ayuda de un hombre sin influencias pero igual de combativo. Frieda le pregunta si pretende separarla de Klamm y K. le dice que le ha leído el pensamiento: ella debería abandonar a Klamm y ser su amante. Poco después, Frieda lo llama "amado mío, mi dulce amado". Ocurre entonces un arrebato extraño en el que se abrazan y parecen a punto de entregarse el uno al otro acostados en un charco de cerveza. Al día siguiente ya están hablando de casarse. ¡Cómo! ¿Tan fácil resulta enamorarse en este pueblo y tan difícil llegar al Castillo para cumplir el simple trabajo por el que K. llegó en primer lugar? Cuando Frieda empieza a llorar, la posadera explica a K. que está confundida por la coincidencia de tanta felicidad y tanta desgracia, pues ha ganado el amor de K. pero ha perdido la amistad de Klamm y su empleo en la posada. Entonces K. dice que antes de la boda debe hablar con Klamm. La posadera le responde que es imposible; discuten y ella le dice que apenas lleva dos días en el pueblo y ya cree saberlo todo mejor que sus habitantes. Lo que sigue es una reprimenda de la posadera, quien despide a K., casi con vesania oracular, diciéndole que adonde quiera que vaya sigue siendo el más ignorante en el pueblo, y que no se atreva a decir a nadie más todo lo que dijo en la posada, por ejemplo, cómo pretende hablar con Klamm. Esta escena implica ya una serie de confusiones que nunca se aclararán. Es apenas el comienzo: el resto del libro está lleno de estupendas confusiones que harán de cada capítulo un nuevo fracaso y de la novela un magnífico desastre cuya escala es la de un accidente nuclear, suficiente para poner al mundo de cabeza. Unas doscientas páginas después del encuentro en la posada, Frieda dice a K. que no habrá boda. El romance termina de golpe y sin explicación, tal como ha comenzado. K. no puede creerlo, no lo aceptará. Después de pretender usarla como influencia para llegar al Castillo, de abandonarla aunque no del todo para irse a enamorar a otras, resulta que realmente está enamorado de ella. Quien explica semejante contradicción es la criada que ha reemplazado a Frieda en la posada: "Estás enamorado de Frieda porque acaba de dejarte. Es fácil estar enamorado cuando ella está lejos". De manera que K. no ama a la Frieda de carne y hueso. Se enamora de una Frieda inmaterial, del todo inalcanzable, como el Castillo. Cuando al fin se decide a cumplir su promesa de amor, Frieda sale de su alcance, desaparece, sumergida en la niebla que se cierra como telón de la tragedia, engullida por la oscuridad del Castillo al que vuelve arrepentida de la mano de Klamm. Frieda convertida en una Dulcinea del Toboso, mujer insignificante, feúcha y avejentada que, por inasible, por irreal, se vuelve objeto de su amor. Frieda es ahora lo sublime inalcanzable. Acaso no haya mejor definición de lo que podríamos llamar 'amor kafkiano'.