viernes, 17 de agosto de 2012

¿De qué hablamos?


Hoy en día casi nadie mueve un dedo si no es por dinero. Cuando abrí este blog, mi objetivo era publicar textos que implicaran un trabajo gratuito, fuera de la lógica de esfuerzo-recompensa, por puro gusto pues. Y tuvo su encanto. Pero eran otros tiempos. La verdad es que ha dejado de ser tan emocionante. He seguido publicando por error, asumiendo que es mi obligación expresarme, decir algo. Creo que esa actitud es uno de los grandes problemas que tiene esta sociedad a la que pertenezco. Somos azuzados a expresarnos, todo el tiempo. Mucha gente no se expresa porque tenga algo que decir, se expresa porque tiene que decir algo, porque todos están esperando que diga algo. Quedarse callado es tabú, el silencio es escandaloso. Si no publicas tus puntos de vista en Facebook, si no tuiteas tus gustos musicales o tu posición política, no existes. Si no estás diciendo lo que piensas cada diez segundos, es necesario verificar tus signos vitales. Y así cada día es más grande el enjambre de personas que opinan sobre todo, expertos en política que también son connaisseurs de cine, son directores técnicos de futbol y además se tutean de toda la vida con Faulkner o con la última celebridad literaria muerta. No falta la chica engreída que regaña a todos en las redes sociales por decir "olimpiadas". No son olimpiadas, nos instruye: olimpiada es el período de cuatro años que transcurre entre cada edición de los Juegos Olímpicos; lo correcto es decir, precisamente, Juegos Olímpicos. Y esta confusión leída en Wikipedia se convierte en verdad categórica para ella y sus amigos, quienes al parecer jamás han visto que las medallas olímpicas dicen: "Olimpiada". Están también los opinólogos perspectivistas que se contradicen sin darse cuenta. Por ejemplo, personas que protestan contra la manipulación que ejerce Televisa y son incapaces de reconocer la propaganda derechista en la última de Batman, cinta que los llena de admiración y los conmueve hasta el llanto. A decir verdad, la mayoría de nosotros no tenemos la menor idea de lo que estamos hablando. Lo ignoramos casi todo y sin embargo nos sentimos cómodos prodigando nuestra supuesta sabiduría. Pienso a menudo en el título de aquel estupendo relato de Carver: De qué hablamos cuando hablamos del amor, en el que dos parejas conversan sobre el amor y se quedan a oscuras, inmóviles, sin comprender casi nada de lo que han dicho. La verdad es que no sabemos de qué hablamos cuando hablamos del amor, ni de tantas otras cosas. Y digo nosotros porque yo estoy igual. Ya lo ven, toda esta parrafada para explicar el ánimo de depurar mi blog, borrar una buena cantidad de entradas y, en adelante, postear sólo aquello que sea para mí absolutamente necesario decir. Antes creía que si dejaba de publicar iba a perder a mis tres lectores. Ahora eso ya no me inquieta, lo más probable es que ya los haya perdido. Quizá no vuelva a publicar nada nuevo en los próximos 16 años, acaso sea menos tiempo, dos días, quién sabe, qué más da.